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¡Hola, hola!
 
Oye, ¿sabías que la palabra “gato” surgió al mismo tiempo que la palabra “hola”?
 
¿No sabías?
 
¡Ah, caray!
 
Pues... no te preocupes.
 
Yo te cuento la historia que me contó mi mami:
 
“Hace muchos, pero muchos, muchos años., antes que ustedes como humanos supieran hablar, nosotros vivíamos ya en una parte de la tierra que ahora llaman  Africa.
 
En ese lugar, todos los animales teníamos un mismo lenguaje, pero no teníamos nombres propios.
 
Así, el león... pues no sabía que un día sería llamado así. Tampoco el hipopótamo sabía que se llamaría como tal. Y así todos los animales éramos felices.
 
Peor, y te preguntarás ¡cómo nos llamábamos entre nosotros?
 
Fácil. Con nombres propios que nuestros papis nos ponían.
 
Por ejemplo, yo, me llamo “Ydaly.”. Hija de “Kámor” y de “Luanty”.
 
Luanty, mi mami, es quien me contó esta historia. que te comparto.
 
¿Cómo fue, y a quién se le ocurrió que a todos nosotros, de nuestra raza, nos llamaran Gatos?
 
Bueno, pues fue a ustedes, los humanos, quien se le ocurrió.
Y fue a una señorita, allá en Africa, la que eligió ese nombre para nosotros.
 
Un día, mejor dicho, una noche de luna, los animales del reino nos reunimos a platicar sobre lo que estaba ocurriendo en ese territorio. Y es que, antes, sólo nosotros habitábamos ese lugar. No existían ustedes.
 
Pero por la mañana de ese día, había ocurrido algo que a todos nos asombró.
 
El cielo dejó caer una perla marina.
 
Mexana, alguien que ahora es conocida como la Jirafa, fue a darnos aviso del descubrimiento que hizo, pues la perla había caído cerca del árbol donde ella se encontraba comiendo las hojas de las ramas.
 
Al dar ese anuncio, decidimos pasar la voz entre todos los animales.
 
Fueron entonces convocados todos los más viejos jerarcas de las animales.
 
Llegaron así a reunirse por la noche alrededor de esa perla, la cual por cierto, era inusitadamente grande. Un poco más grande que el tamaño de los huevos que ponen lo que ahora conocemos como avestruces.
Y bien... ya reunidos en la noche alrededor de esa perla de color azul, azul, los animales se pusieron todos a analizar y ver de cerca la perla.
 
Muchos tenían miedo, por ser algo extraño para ellos: Y las cosas se pusieron peor, cuando la perla comenzó a moverse solita.
Inició con un movimiento lento, no es que diera saltos, o algo así. No.
 
Simplemente se movía, como bamboleándose en su mismo sitio.
 
La mayoría de los animales salieron huyendo, pero en el sitio quedaron Mexana y nada menos que los felinos africanos.
 
Lo que hoy conocemos como el león, el chita, leopardo, pantera, tigre y claro, el gato y otros felinos se había quedado.
¡Todos, valientes!
 
No obstante, cuando la perla comenzó a romperse, muchos felinos se retiraron.
 
Mexana seguía al lado, junto con... Prako.
 
¡Adivinas quién es!
 
Claro, ¡un gato!
 
Los dos animales estaban atentos a lo que estaba ocurriendo con la perla.
 
Y se quedaron hasta el final.
 
¿Cuál final?
 
El que se presentó al romperse por completo la esfera azul.
 
En su interior había una persona dormida.
 
Nos sabíamos que era. Ahora sí, pero era diferente en ese entonces.
 
Luego, hacia el amanecer, la persona abrió los ojos. Intentó levantarse pero estaba débil.
 
Prako y Mexana se acercaron a ayudarla, y entonces ¡ocurrió!
 
Prako se acercó mucho más que la jirafa, y entonces se presentó ante la señorita.
 
- Prako – enunció su nombre el gato a la señorita.
 
“ Prako, así me llamó” – le dijo de nuevo.
 
La señorita vio al gato, le sonrió, pero como no podía hablar bien, le respondió con una voz suave, queda pero dulce y temblorosa: “Ho, hola, hola, gato”.
 
Prako y Mexana entonces sonrieron, y dedujeron que la persona no sabía hablar bien porque apenas estaba saliendo de su cascarón azul.
 
Luego entonces, del cielo cayeron más y más esferas azules.
 
Al resto de los animales les tocó presenciar esto, y claro, dar la bienvenida a cada una de las personas que comenzaron a salir del interior de aquellas perlas.
 
Así, cuando los animales se presentaron y dieron sus nombres a las personas que casi no podían, éstas mismas les pusieron nombres distintos a los reales, porque los pronunciaban de forma distinta.
 
A los animales no les importó mucho esto, porque, a fin de cuentas, por cambiarte el nombre no te mueres; y entonces decidieron que no habría problema porque les llamaran de una sola forma.
 
Las personas, además – las que salían de las esferas - les sería muy complicado aprenderse tantos y tantos nombres.
Los animales, pues, determinamos que para no confundirlos, permitiríamos que nos nombraran como ellos deseaban hacerlo.
 
Esa es la historia, de la palabra Hola, y la palabra Gato.
 
Desde entonces, ustedes, como humanos (así los llamamos nosotros), nos llaman a nosotros gatos.
 
Dos palabras nacieron el día que se conocieron las personas y nosotros, los felinos más pequeños pero, también, muy  valientes.
 
Tanto, que me llaman el tigre más pequeño del reino felino.
 
Por eso tengo mis manchas del color que las tiene un tigre.
 
Así es esto de la vida. Ahora posees la historia completa.

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 Joel Nava Polina
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