¡Hola!
Esta historia es
una de las más increíbles que hayas leído.
Yo la comparto
contigo, a pesar de que aún tengo mis dudas sobre su veracidad. Y es que... no tengo muchas opciones... ¡tengo que creerla
porque yo la escribí!
¡Ah! Pero permíteme
explicarte: unas cosa es, que yo la haya escrito, y otra, que la haya creado.
Son cosas distintas.
El caso es, que
durante un sueño que tuve, una gata de enormes y hermosos ojos verdes y pelo del color de la caoba, fue... ¡a visitarme en
su nube color azul hielo, a... ¡mi ¡propia nube!, de color verde agua, y borlas
esponjadas rosa, azul, rojo y amarillo.
¡Que, qué hacía
yo en una nube?
Ah, pues... recuerda
que en los sueños uno puede hacer cualquier cosa. Y como durante el atardecer de ese día, yo me preguntaba al ver el cielo
y sus rosadas nubes del ocaso “¿a qué sabrán?”, supongo que... al irme a la camita a dormir, me quedé con la idea: “... si, las muerdo, ¿me dejarán el dulce sabor de las frambuesas, o a caso,
el de las fresas el gusto que quede en mis labios...?”.
- ¡Tienen gusto
a limón cuando son de color naranja! ¡Y a menta si el color es gris! – me respondió la gata a quien ni siquiera había
saludado.
¿Te imaginas? ¡Qué
susto me llevé al escucharla hablar!
Salté como conejo.
Y salí disparado hacia arriba, muy por encima de la nube donde estaba yo sentado.
- ¡No te asustes!
– llegó a mi oído una voz suave y ronroneadora.
- ¡Cómo no me voy
a asustar? – respondí a la voz. Pero cuando me di cuenta que no veía al felino, solté una carcajada.
- ¡Lo ves? Está
resultando – dijo nuevamente la voz que insistía en tranquilizarme.
- ¿Quién eres,
pregunté? – aceptando que, pues... en realidad el “susto” estaba convirtiéndose en perlitas de hielo que
formaron fríos granizos, y no tenía porque seguir alimentando más mi miedo. Lo estaba controlando al enfriarlo y hacerlo hielo.
Luego entonces,
cuando el hielo comenzó a caer, de pronto se me ocurrió mirar por encima de mi cabeza. Y es que, tenía que ser precavido...,
no fuera ser que estuviera cerca de los picos de una estrella, o un cráter de la luna que tiraran el gorrito de dormir que
uso cuando me voy a la cama.
- No te va a pasar
nada – me aseguró de nueva cuenta la voz. - Estando conmigo, tus vida será muy larga, pues tengo siete, y uno como felino
puede compartirlas con quien quiera.
- ¡Peeeeero...
– inicié hablando en voz muy alta (pues no estaba muy convencido de que la gatita escuchara mi voz a alturas tan grandes
sobre la Tierra) -, si me das tus vidas, te quedarás sin ellas; luego entonces, no serás más gato.
- ¡No grites! Puedo
escucharte perfectamente... – maulló ella.
Esta vez, puse
más atención a sus palabras. Me di cuenta que provenían debajo de mi. A la altura de mis pies.
Y es que, con el
susto, no me había percatado que cuando di el salto de miedo, y comencé a volar más y más alto sobre el cúmulo de nubes en
el que me encontraba, no me fijé que las puntas de mis pantuflas habían enganchado la nube donde la gatita de ojos verde había
llegado hasta a mi, y... entonces, ¡me la había llevado conmigo! (ji,ji,ji,ji...).
La nube dela felina,
pues, estaba en mis pies... o mejor dicho, yo estaba en la nube de ella, y ésta, por obvias razones, estuvo siempre conmigo.
Había hecho un
gran descubrimiento, y no había nada mágico – si es que se puede decir eso de un sueño, que no ocurran cosas de ese
tipo – o misterioso sobre el origen y procedencia de la voz felina.
Podía escucharla,
pero no verla. Y la pobre, además, estaba parada en sus cuatro patitas sobre
su nube. Se encontraba bien aferrada con sus uñitas a la pobre, que ya comenzaba a derramar algunas gotas de lluvia
por los orificios que las garritas del animalito había hecho sin querer.
- Te , te, te...
ofrezco una disculpa – afirmé tartamudo.
- No te preocupes.
Estoy bien conciente que no es culpa tuya lo que ocurre.
Al decir aquello,
entonces me agaché y tomé entre mis manos a la gatita.
Ella comenzó a
ronronear, y tan a gusto se halló a mi lado, que se acurrucó entre mis brazos.
Me senté entonces
en la nube de ella, y comenzamos a hablar:
- No me respondiste
– la cuestioné –, si me compartes tus vidas, no serías más un gato.
- No te voy a dar
mis vidas. Eso no podría hacerlo. Pero si me permites vivir contigo, repito, tendrás no sólo suerte, sino una vida larga y
alegre.
“Alguien
vive, la gente, quiero decir, muchos más años cuando es feliz.
Nosotros vivimos
y tenemos tantas vidas porque procuramos serlo; eso, claro, siempre y cuando los perros y algunas personas que nos molestan
o se empeñan en hacernos daño, lo permitan.
Por eso nos alejamos
de ellos. Es como lo que te ocurrió cuando nos encontramos. El Miedo te estaba haciendo daño, pero cuando te diste cuenta
que la cosa no era tan tremenda, entonces comenzaste a sentirte mejor. Hiciste que el susto se convirtiera en algo que no
es dañino para ti. No obstante, lo es para la gente o los prados donde fue a caer convertido en granizo.
En la vida, cuanto
más teme una persona, creará bolas de hielo más grandes. Y en un momento, las nubes no podrán soportar tanto peso, y caerán
a la tierra.
Por eso, es mejor
que no temas a nada. Siempre hay explicaciones a todas las cosas que ocurren. SI me lo permites, yo podría acompañarte en
la vida y avisarte, cuando yo lo advierta, que tus miedos o temores deben ser controlados antes que se conviertan en granizo.
Y en vez de esas rocas de hielo caigan sobre la tierra, sea agua la que caiga.
No mucha claro,
sólo lo suficiente para que riegue la tierra y de vida a los campos, praderas, bosques, ríos y mares.
Así, todos podemos
beneficiarnos, y entonces, todos tendrán más tiempo de vida para disfrutar de cosas maravillosas.
- Me agrada tu
ofrecimiento – respondí admirado, pues mientras la pequeña gatita había estado platicando, vi cómo su voz cobraba forma,
y cada una de las ideas y ejemplos que dio, se convirtieron en imágenes que flotaban frente a mis ojos.
Pero eso no fue
lo mejor, pues, sin haberme dado cuenta, mi viaje sobre las nubes, y más arriba de ellas, en las estrellas, y los planetas,
había terminado.
Cuando la gatita
había finalizado de hablar, nos encontrábamos ambos en el mismo sitio donde nos habíamos encontrado.
Ya estábamos en
mi nube y la de ella se había fusionado, por lo que se hizo más grande.
A la gatita de
ojos verde y pelo negro, entonces le apareció una pequeña mancha en forma de un número de los que se conocen como “romanos”.
- Esto indica -
me dijo ella -, que has aceptado que te comparte una de mis siete vidas. Esta marca desaparecerá luego, pero volverá a aparecer
otra, tal vez la número dos, u otro.
Notarás entonces
que, poco a poco el colore de mi pelaje cambiará. Se irá manchando poco a poco, hasta que el negro desaparezca.
- Entonces –
y fui develando un misterio, pero para no errar entonces pregunté directamente
a mi nueva amiga – ¿todos los gatos que viven en el planeta son de uno u otro colores, según las vidas que hallan compartido
con gente como nosotros?
- ¡Así es!
- Entonces, todos
los gatos siempre nacen negros, o, ¡me equivoco?
- No. Te explico:
en la medida en que, por ejemplo, los gatos nacen negros o de otros colores de piel , significa que sus padres han dado a
sus compañeros humanos tanta felicidad más felicidad en cuanto ellos la hayan aceptado.
- Entonces, ¡soy
afortunado!
Me has elegido
a mi como amigo, siendo que estás, como decirlo...
- Dilo de una vez...
- Eres ¡un gato “nuevo”!
- Miau.... ¡así
es! ¡Por fin lo descubriste!
Luego entonces,
el despertador de mi recámara se activó, y el repicar de sus campanas hizo que mi sueño se esfumara.
¡Ay! ¡Que triste
estaba! ¡No me había despedido de mi nueva a miga!
Pero, había algo
peor que eso: me desperté en el momento en que estábamos por celebrar la amistad, con un pedacito de nube color rosa, y comprobara
yo - como lo había afirmado mi felina amiga -, ¡tenía gusto a limón, y no a fresas ni frambuesas!
Estaba triste,
entre mis sábanas. No quería levantarme de la cama, pero al notar mamá mi ausencia en el desayuno, fue a verme a mi habitación.
Entró sin percatarme
yo de su presencia, pero la sentí en el momento en que dijo:
- Amor... antes
de venir a desayunar con la familia, abre tu regalo de cumpleaños.
Deslizó entonces
entre la cobija una caja. La puso cerca de mi cara.
Yo tenía cerrados
los ojos, y no quise abrirlos.
Sin embargo, me
olvidé de todo en un instante, mi tristeza o enojo, no sabìa còmo calificarlo, al descubrir que desde el interior de la caja,
un dulce sonido era producido por algo, o “alguien desde el interior...
- Rrrrrrr... pprrrr...
No había duda:
¡era ella! Me había alcanzado desde el sueño, y me llevaba de obsequio un pedazo de nube rosa, que, en efecto, me dejó en
los labios el gusto a dulce limón.
FIN