Lluvia
Por: Joel Nava Polina
Así me llamo.
Pero, ¿quien es quién? Te preguntarás
Ambos nos llamamos así, y, por lo regular, tenemos estos dos colores.
Esa no te la sabías, ¿verdad?
Si tú ves el color del agua, ¿qué verás? Es decir, ¿qué color...!
Si afirmas que es de color “gris”, ¡podrías atinar!
Pero en cambio, si yo te dijera que también puedo ser dorada, amarilla
o hasta ¡color naranja...(¿?)! ¡Será más difícil que me lo creyeras!
No te culpo por ello.
El caso es, que antes ¡no teníamos colores!
Hhora, ¡sí!
Mi hermana es la naranja, y yo, soy el gris. Ambos tenemos el mismo
nombre, pero, distintos colores.
¿Qué sucedía antes de ser gris y naranja? Fácil: ¡nadie nos podía ver!
Eso nos trajo muchas complicaciones. La gente nos pisaba, los perros
podían olernos y ladrar como locos donde sus amos no podía ver nada (tampoco el perro claro está); y nadie nos podía alimentar
(¡miau!).
Una noche sin embargo, una lechuza que viajaba de un extremo de la ciudad,
al otro extremo de la ciudad y así visitar a los sus amigos sobrevivientes en los escasos bosques del Valle de México que
aún quedan, vio que estábamos llorando en la azotea de un edificio de la Coloina Condesa.
La señora lechuza bajó hacia nosotros y fue la primera vez que no tuvimos
que dar un salto para evitar que nos pisaran. Fue un alivio. Y la cuestión mejoró cuando la lechuza nos saludó.
¡Nadie antes de esa noche nos había visto! Y por supuesto que nos pusimos
muy contentos mi hermana y yo.
Nos comentó que ella ¡sí¡ nos podía ver.
Pero, sabes... ella veía nuestras almas y con eso era suficiente para
saber que éramos gatitos.
Nos dijo que ella podía ayudarnos a que la Madre Naturaleza nos diera
un color distintivo, y entonces nos pusimos mucho más contentos que antes.
¿Qué hizo entonces la señora lechuza?
Nos tomó por el lomo con sus patas y nos elevó sobre las nubes.
Desde esa altura pudimos ver que la ciudad estaba muy sucia, y la gente
que la habitaba no hacía nada para cuidar árboles y prados.
Nos pusimos muy tristes, pero la señora lechuza nos comentó ´ que nosotros
podríamos hacer que eso cambiara si transmitíamos el mensaje que ahora te damos.
Eso nos agradó, pues de esa manera, nosotros podríamos contribuir con
información a los humanos que, no tampoco pueden volar y observar desde esas alturas lo que nosotros sí pudimos ver desde
arriba.
Pensábamos en eso mi hermana y yo, cuando de pronto ocurrió algo. Vimos
al sol aparecer por entre las montañas del oriente de la Ciudad de México, y entonces mi hermanita fue tiñéndose de el color
de esos rayos.
Tan emocionada estaba, que no se percató cuando entramos en una nube
junto con la lechuza, y luego, al salir de ese cúmulo, mi hermanita me vio con sus grandes ojos azules y dijo: ¡tú también
tiene color... (¿?)!
Vi mis patitas, y ¡en efecto! Tenía colores. Algunas nubes se habían
pegado a partes de mi cuerpo y las habían pintado de blanco; y aquellas partes
humadas de agua en mi piel, eran, en un principio casi transparentes, para luego convertirse en ¡gris! Como en ocasiones se
puede ver el color del agua de lluvia..
Eso ocurrió cuando las nubes comenzaron a arrojar una gran cantidad
de agua sobre nosotros.
Y pues, sabes... ¡estaba lloviendo! ¡Eso era lo que estaba ocurriendo!
De esta manera, fuimos “bautizados”. Y desde entonces, ambos nos llamamos “Lluvia”.
Así, es como la Madre Naturaleza nos llamó.
La lechuza también estaba muy contenta, pero nosotros mucho más, y claro,
súper agradecidos de nos ayudara a que tuviésemos por fin un color.
Ahí tienes. Esa es nuestra historia. O mejor dicho, las dos historias.
Te pedimos nos cuides mucho; tanto, como también solicitamos lo hagas
por nuestro medio ambiente. La ciudad, los prados, y los pocos bosques que aún quedan en sus periferias.
Si estos espacios de vegetación los matamos, estamos aniquilando la
posibilidad de que los gatos sigan viviendo; pero también los perros, los árboles y tú y tu familia.
Pide
información a los maestros, amigos y familiares, para que te muestren cómo hay que cuidar los recursos naturales; y cómo,
desde la ciudad, en la ciudad, podemos contribuir a evitar que se desperdicie el agua, usar el transporte público, en vez
del auto familiar; dejar de fumar o quemar materiales de combustión; usar menos los focos de casa, y cambiarlos por bombillas
ahorradoras de luz. En fin, hay muchas formas con las que podemos ayudar a que la Madre Narturaleza muera.
De esta manera, podríamos decir que no hay un fin de la historia, evitemos
que alguien diga por ahí: “Y colorín colorado, este cuento a acabado...”.
FIN