Por: Joel Nava Polina
DR 2006 México DF
Una
historia que bien recuerdo (me contó mi bisabuelo), es aquella que narra sobre cómo
los campos, a pesar de estar iluminados por el sol durante el día, o bien, por las noches con los rayos lunares, sólo
podía apreciarse la gris penumbra impenetrable.
Hoy, los
campos que conocemos, pueden ser de varios colores. Por ejemplo, verdes, dorados, marrones o rojizos (hay de más colores,
claro, pero no los he visto todos).
De pende
de sus cultivos, o su vegetación preponderante, será el color que los pinte.
Eso, repito,
es como hoy los vemos; pero, antes, durante una época de la historia del planeta que pocos recuerdan, sólo predominaba un
color: el gris oscuro. Y claro, ¡no se veía vegetación de ningún tipo!
¿Que había
entonces?
Algo muy
peculiar: las copas de los árboles.
La gente
y animales que vivían en esa etapa de la vida de la Tierra, sólo podían – y se estaban acostumbrados a ello –
a ver sólo eso.
Para ellos,
era un misterio algo tan simple lo que para nosotros es: ¡el piso!
Nunca nadie
averiguó que había más allá de la penumbra gris que flotaba sobre sus rodillas.
Esto era
algo muy peligroso; pues, ¡imagínate a ti!, caminando, sin lograr ver si hay algo que pueda impedirte el paso.
Es como
andar sobre las aguas de un río turbio. No ves el fondo, mucho menos un hueco o una piedra, una rama o un pez.
Luego entonces,
los pies de las personas, ni las patitas de los animales podían ser vistas por ellos mismos.
Sabían
que las tenían, claro, porque, esporádicamente, de cuando en cuando, unos u otros, levantaban sus piernas y... entonces, ¡recordaban
que los tenían!
Como bien
lo deduces, siempre hubo accidentes. Todo el mundo se la pasaba trastabillando, o tropezándose.
Por un
tiempo así ocurrió. Pero cansados de vivir así, animales y hombres determinaron que no andarían más sobre sus pies, por el
temor de tropezar y lastimase.
La idea
fue aplaudida por todos, menos por los médicos que atendían a infinidad de personas y animalitos lastimados. Aunque, como
ellos también eran humanos, se dieron cuenta que les afectaba chocar y pisar con objetos que les lastimaban.
¡Qué ocurrió
entonces?
Los animales
y los humanos decidieron no moverse de sus sitios.
O sea,
no se movían.
Al principio,
esto fue un completo alivio. No más golpes, heridas, ¡ayes de dolor! Ni llanto.
Por unas
horas, la gente y los animales se quedaron quietos en lugares donde se sabìan a salvo de pisar objetos cortantes y obstáculos
que no podían ver.
Hubo calma
en todo el planeta. Por unas horas, claro; y luego de eso, de un silencio total, en el cual sólo se escuchaba el aire soplar,
las aguas de los ríos correr y las olas del mar chocando contra las rocas, se escuchó el llanto de un pequeño niño.
Había tanto
silencio que, incluso, se pudo escuchar en toda la tierra. No era un llanto fuerte, era más bien, muy quedo, bajito en su
sonido.
Luego entonces,
la vos de una mujer se le escuchó decir: “... ¡dónde estas hijo mío, no puedo verte...!”.
Luego entonces,
el pequeño se irguió sobre sus piernas y... ¡fue localizado por la madre!
El pequeño
se había sentado y la bruma gris lo había cubierto.
Había ocurrido
que, el pequeño niño de cabellos de color rojos, se había cansado de estar parado. Había decidido sentarse, y, por ser tan pequeño, la bruma gris lo cubrió.
La madre
rió, y se alivió mucho al ver que su hijo estaba a solo unos cuantos pasos de ella.
“Estoy
cómoda si no me muevo. No me golpeo pies y piernas, pero, ¡no es una buena idea!” , pensó para sí misma la mujer.
Eso, es
lo que al meno creía, pues, al terminar el llanto del niño, el silencio en la tierra inundó a tal grado la atmósfera, que
hasta los pensamientos podían escucharse.
Todos,
tanto humanos como animales habían “escuchado” sus pensamientos.
- Estoy
de acuerdo contigo - dijo en voz alta un anciano de barbas largas pero de cara aniñada.
A esa expresión,
se sumaron voces infinitas. Y en todo el planeta se escuchó: “¡estamos de acuerdo!”.
¡Algo había
que hacerse!
Entonces...
uno de los animalitos del reino, pensó en ayudar a resolver el problema.
Ese, mis
estimados, era nada menos que una mamá gato.
Era conocida
como Garro, y a sus hijos, les llamaban Garritos.
Los felinos
vivían en la copara de los árboles. Luego entonces, era fácil vivir para ellos, pues nunca bajaban a la bruma gris.
Ellos,
como otros tantos gatos en todo el planeta, vivían cómodos, al igual que ardillas, aves, algunos insectos, y claro, algunos
simios.
- Yo puedo
ayudar - dijo entonces Garro.- No lo saben, pero en las noches tengo muy buena visión, y en lugares oscuros puedo ver sin
necesidad de que haya tanta luz.
Los vítores
se escucharon por todas partes, pero... nadie atinaba a descubrir que querìa decir eso de poder ver con poca luz.
Entonces,
la madre del niño de cabellos del color del fuego preguntó a Garro: ¡cómo puede ayudarnos tu vista a corregir este gran problema
que tenemos en la tierra?
- Es muy
fácil – respondió mientras daba un gran bostezo.
Mi estatura
es baja. Puedo adentrarme en esa bruma gris, y averiguar que la sostiene. Por qué flota, y no se va a otro lado.
Dicho lo
anterior, Garro dejó a la madre humana al cuidado de sus garritos, y tras despedirse de los sus 7 gatitos con ronroneos y
lengüetazos, dio un salto desde su rama hacia la bruma.
Siete pares
de ojos se abrieron al mismo tiempo, llenos de sorpresa y a punto de ser arrasados por las lágrimas.
Se escuchó
entonces un quedo pero triste “miau” de despedida, y los garritos se estremecieron de miedo y tristeza en los
brazos de la mujer, la cual, por cierto, se había acercado cautelosamente al árbol de donde había saltado la valiente gatita
de pelo largo y color chocolate para llevarse a los pequeños felinos consigo y si pequeño hijo.
¿Qué había
motivado a Garro aventurarse en un sitio desconocido por ella, y dejar la seguridad de sus hijos con una humana?
La respuesta
era fácil de encontrar. Garro era madre, como la mujer que, asustada buscó a su hijo perdido en la bruma, y sabía en su alma
felina que una persona así, cuidaría a sus 7 pequeños garrtitos.
Además,
Garro era la esperanza. De toda la Tierra, ella había hecho acopio de valor, y su alma felina, bondadosa, la había impulsado
a hacer un bien para todos.
Era además,
la primera vez que un gato había hecho contacto con los humanos. Nunca antes, había ocurrido algo parecido; pero desde ese
momento, la historia escribiría en letras de oro este gesto de solidaridad, de parte de los gatos hacia los humanos, y los
humanos, para con los felinos.
Indómitos
al fin y al cabo, los gatos seguirán siéndolo, pero siempre estarán cercanos a la gente, por motivos de agradecimiento mutuo;
desde entonces, los lazos de amistad se han reforzado.
Pero, ¡qué
estaba ocurriendo con la aventura de Garro!
La pequeña
de grandes ojos azules y cara oscura, había tocado el piso con sus patitas delanteras, pero mantenía sus ojos cerrados.
No sabía
a lo que se enfrentaría, y por ello, como un acto reflejo, había aterrizado con sus párpados cerrados.
No obstante,
todos sus demás sentidos estaban funcionando. Sus orejitas, como radares, intentaban capturar todos los sonidos que llegaran
hasta ella. Y los minúsculos, pero muy cuantiosos pelitos de sus patitas, captaban cualquier cambio de temperatura, vibración
o acercamiento de objetos.
Su nariz
triangular y sus largos y finos bigotes olían y detectaban cualquier cambio de olor y brisa cambiante, pero... no encontraban
nada.
Todo era
silencio.
Eso, ya
era para alarmarse, y entonces, Garro abrió sus ojos, y entonces vio algo que no ocurría estando encaramada, a salvo, en la
rama de su árbol.
De sus
ojos se proyectaban haces de luz color azul, de la misma tonalidad que sus ojos.
Eran pues
sus ojos, como unos faros que proyectaban luz.
Garro entonces
se dio cuenta que, en efecto, tenía una ayuda adicional en esa penumbra. Sus ojos, acostumbrados a percibir la más mínima
luminiscencia en la oscuridad, ahora eran fuentes de esa luz.
La gatita
entonces pudo percibir en la gris bruma otro color. Era el marrón, o color café. Luego entonces, tocó con sus patitas esa
textura que estaba por debajo de sus deditos.
Lo que
descubrió, no era sino tierra. ¡Tierra! Así de simple. Árida: Resquebrajada. No había otra cosa.
Eso, era
el piso. Plano, y con infinidad de objetos como piedras y ramas. Algunas hojas de árbol, y de vez en vez, artículos que los
humanos habían tirado, o accidentalmente habían caído accidentalmente, y nunca recuperados.
Claro,
si no podían ver dónde habían caído, mucho menos sabrían cómo localizarlos.
No obstante,
Garro, se dio cuenta que entre todos esos objetos, había pequeñas, medianas y algunas grandes objetos de muchas formas regulares,
y otras, no tanto.
“¡Que
serán?” – pensó para sí misma la gatita.
- Eso,
querida, no es “eso” , mas bien “somos”, respondió una vocecita.
De la impresión,
Garro dio un saltó que la lanzó disparada sobre la superficie de la bruma.
Humanos
y animales habían visto aquello, y soltado al mismo tiempo un largo “¿eeeeeahhh?” de sorpresa.
Pero cuando
Garro fue acercándose al caer de vuelta a la bruma, el “¿eeeeeahhh?” se transformó en un ahogado grito de miedo.
Los garritos
también habían visto aquello y se alarmaron mucho.
La mujer,
que aún los sostenía entre sus brazos, los acercó más hacia su pecho, y los acarició a cada uno para tranquilizarlos.
Garro,
por su lado, había ya aterrizado en la tierra. Cayó de nueva cuenta justo donde estaban esas formas raras que no eran piedras.
- Perdón, amiga... no quería asustarte – dijo la voz, un poco más queda que la
anterior ocasión.
Garro puso
a funcionar todos sus sistemas de alerta, y sus orejitas apuntaron hacia un pequeño objeto alargado que estaba en el piso.
-¿Qué eres?
– pidió amablemente una respuesta.
- Soy,
una semilla – dijo puntualmente aquel objeto de color marrón -. Soy una semilla de flor, y todas ellas – y apuntó
hacia varias direcciones la semillita ovalada -, son también semillas.
Garro no
sabía que era una flor.
Conocía
a los humanos, los árboles y otros animales. Las montañas, pero nunca había visto qué era “flor”.
- Somos
la luz de la tierra; pero no podemos darle luz, si nos impiden que crezcamos.
- ¿Quién
se los impide?
- Esta
bruma gris.
Necesitamos
sol y humedad, agua, para crecer, y aquí, encerradas, no tenemos nada de eso.
Algunas
veces, cuando humanos o animales han derramado accidentalmente al piso algo de agua, afortunadamente ha caído sobre semillas
de árboles que no requieren de mucha luz, y entonces pueden crecer. Tardan, pero crecen. Y cuando atraviesan la bruma, algo
ocurre, y no volvemos a verlos. Sólo queda esto – señaló la semilla el tronco del árbol donde Garro vivía.
¡Ah, que
descubrimiento había hecho el pequeño felino!
- ¡Podemos
ayudarte a ti y las demás semillas a crecer! - grito de felicidad Garro.
De donde
vengo, de “arriba” hay gente que puede ayudarnos, animales que podrían regar agua para que todas ustedes crezcan
para ayudarnos a iluminar el piso.
- ¡De veras
harías eso por nosotras? – gritó entusiasmada la semillita.
- Ahora
verás – respondió la gatita, y acoto seguido, dio un salto que la hizo desaparecer de la vista de la semilla.
Sobre la
superficie de la bruma, y ya encaramada en la fuerte rama de su árbol, Garro entonces contó a todo el mundo su descubrimiento.
Sin tardanza,
los humanos que más cerca estaban de los ríos comenzaron a arrojar agua sobre la bruma gris, y el milagro se hizo.
De la bruma
surgieron algunos tallos de color café que en sus extremos cargaban capullos.
Animales
y humanos estaban sorprendidos. Pero más se asombraron cuando, de pronto, un capullo comenzó a abrirse.
De éste,
surgieron pétalos, y al terminar de abrir, la tierra vio por vez primera una flor de girasol.
La flor
abrió sus ojos y saludó a Garro, y luego al sol. Dio las gracias por la ayuda, y entonces lanzó un pequeño rayo de luz hacia
el piso.
La luz
dio entonces alumbró la bruma, y ésta, comenzó a desvanecerse. En su lugar, apareció la tierra, que fue tocada por los rayos
del sol, y entonces, aparecieron infinidad de semillas sobre el piso.
Los humanos
y animales, se dieron a al tarea de rociarlas con agua, y el milagro de l crecimiento de las flores, no sólo de las de girasol,
volvió a repetirse en todos los rincones del planeta.
Así, poco
a poco el mundo cambió.
Garro fue
felicitada por su valiosa contribución a la vida del planeta, y la seguridad de todos sus habitantes.
Sabían
ya donde pisar, y los accidentes por tropezones disminuyeron.
No obstante,
algo más importante había ocurrido: al planeta se le unió una nueva forma de vida. Las plantas y los árboles.
Ellas,
a su vez, como agradecimiento, proveen desde entonces de oxígeno a todos los seres del planeta.
Esa,
es la historia que yo recuerdo, y que bien recuerdo, me contó mi bisabuelo.
EL
primer girasol que tuvo vida en la Tierra.
Aquella
que narra sobre cómo los campos, a pesar de estar iluminados por el sol durante
el día, o bien, por las noches con los rayos lunares, sólo podía apreciarse la gris penumbra impenetrable.
Hoy,
las cosas han cambiado. Hay plantas, árboles, vegetación que proviene de semillas, pero... no son suficientes como para dar
oxígeno a todos los habitantes de esta tierra.
Tenemos
que sembrar más semillas, para que haya más árboles y la vida en este planeta, no vuelva a ser gris.
Recuérdala
y comparte esta historia siempre que puedas. A tu familia, hijos, amigos.
FIN